Pudo ser en 1.960
Raya el alba, canta el gallo, hay barros y aunque se apegue, se puede
labrar. En Loscos, un labrador cualquiera, madruga, y con las chapas
desgastadas, con escaso mango y los barrones comidos, va a la herrería. Allí,
Miguel Fco. Andréu atiza el fuego; Miguel, le da a la manivela de la
taladradora; Carmelo, hierra y Manolín mancha.
La calda de la fragua es abundante. Los barrones los saca el herrero
chispeantes y se apresura a martillarlos con fuerza para aguzarlos en un sólo
calentón. El dueño del barrón se quita la chaqueta, se coloca la boina en el
cogote y cogiendo el mallo con genio, golpea con rasmia donde le señalan. Le
canta el pecho y falta otra aguzadura.
Después, una vez repasada la punta del barrón, se le dará el temple adecuado
para que no se doble ni salte. Mientras, Miguel remacha el mango de las nuevas
chapas para que, con las orejeras, corten bien los abundantes cardos. Luego, le
marcará en su caña las aguzaduras que pagará por San Miguel de Septiembre.
Ha empezado el día, el labrador satisfecho de haber arreglado sus
herramientas, termina de armar el arado, prepara alforja y cebaderas, apareja y
juñe el par y después, en este soleado día cualquiera, se va al campo donde le
espera una dura jornada tras las caballerías, con un pie por el surco, empuñando
la esteva hasta que el sol se ponga.
Manolo.
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